Aún te quedan ratones por cazar




Una de las cosas que más me sorprenden de Aún te queda ratones por cazar (IX Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil) es como Blanca Álvarez, su autora, ha sabido contar una historia en la que contenido y forma aparecen en perfecto equilibrio y correspondencia. Así, la trama se desarrolla en Nagasaki (Japón), durante la 2º Guerra Mundial y ésta se cuenta siempre desde el punto de vista de Ryo, un niño que se encuentra ese difícil periodo de transición entre la infancia y la adolescencia. 

Quizá el argumento pueda parecernos demasiado duro, sobre todo en su desenlace, pero en general la narración alterna momentos sombríos y tristes con otros más poéticos o sentimentales y estos se nos ofrecen bien dosificados a lo largo de la trama. Ésta se centra principalmente en la relación entre Ryo y su padre, piloto de aviación que ha abandonado Nagasaki para defender a su país en guerra. Un tanto por cierto importante de la historia está conformado por los recuerdos que el chico tiene de éste; evocaciones que aparecen en forma de anécdotas, consejos o conversaciones que para el crío resultan importantes e inolvidables, pero que para él son una forma de tenerlo siempre presente. Ryo desea que su padre regrese a casa y se nos muestra sus esfuerzos para que este milagro suceda. 

Pero Aún te quedan ratones para cazar es también una historia de crecimiento personal, de como un niño se convierte en hombre y de todos los cambios que se van produciendo en él, sobre todo en pensamientos y actitudes. En ese sentido, adquiere un papel primordial los sentimientos de amor que siente por Reyko, un amiga de la que está perdidamente enamorado. Lo más destacado es que nos creemos perfectamente la historia, empatizamos fácilmente con sus dudas, inquietudes y conflictos interiores y esto se consigue porque la novela parece escrita por una autora japonesa. Blanca Álvarez consigue narrar la historia con un estilo oriental que se hace patente en el uso de frases cortas, en un sentido de la poética que mezcla sencillez con reflexión y una estupenda capacidad de síntesis; demostrando además un profundo conocimiento de la cultura japonesa pero también de sus creencias, su forma de pensar y de expresarse. 

De igual modo, hay una presencia importante en la trama de sus mitos y leyendas, usos y costumbres, consiguiendo así que nos creamos la historia y los personajes se nos antojen de carne y hueso, muy humanos y auténticos. No menos importante es la labor de Laura Catalán como ilustradora que, al igual que Blanca Álvarez, ha buscado una conexión entre contenido y forma, consiguiendo unas imágenes pictóricas de trazo y coloreado marcadamente oriental, muy acordes con la historia.

 JOSEPH B MACGREGOR

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