INFERNO de DAN BROWN
En “Inferno”, Dan Brown nos
plantea un thriller, que sigue en parte la línea de sus anteriores novelas. Se
trata por tanto de una especie de batiburrillo en la que se mezclan elementos
de la novela policíaca, de misterio e investigación con la novela de espionaje,
añadiendo además unas gotas de investigación histórica, erudición y esoterismo,
lo que desemboca inevitablemente en la “Teoría de la Conspiración”. Todas ellas
suelen estar centradas, como suele ser habitual, en un documento o una obra
artística cuyos elementos simbólicos conviene desvelar para conseguir así la
solución al enigma planteado. En el caso de “El Código Da Vinci”, su obra más popular, esa simbología iba
implícita en algunas de las pinturas de Leonardo
Da Vinci, y fueron incluidas por el propio Leonardo de manera intencionada.
Sin embargo, en “Inferno”, “La Divina Comedia” de Dante es un texto al que Robert Langdon, profesor de iconología y
simbología religiosa en la Universidad de Harvard, debe acudir para intentar
encontrar el lugar de la Tierra en la que se encuentra oculta una amenaza en
forma de virus, que de extenderse podría provocar graves consecuencias en la
población mundial. Es decir, aquí las supuestas interpretaciones que se pueden
hacer de la obra en cuestión no están relacionadas con aspectos de la vida
secreta, religiosa o íntima de Dante Alighieri. Más bien, los versos originales
del Infierno Dantesco funcionan como
una suerte de motor que impulsa la acción y los movimientos de los personajes
de la trama, a modo de enigmáticos acertijos de naturaleza poética, que se
deben descifrar para hacer avanzar la investigación y descubrir la ubicación
concreta del virus.
En ese sentido, la sexta novela de
Dan Brown me evoca a aquellos dos
thrillers setenteros de Stanley Donen, “Charada”
y “Arasbesco”; del primero de ellos
(Charada), me quedo con que en la
obra de Brown nadie es quién parece ser; casi todos los personajes ocultan
alguna sorpresa o provocan un giro argumental, una suerte de vuelta de tuerca,
tal y como sucedía en el film mencionado; del segundo (Arabesco), porque al igual que éste, en “Inferno” nos enfrentamos a un maldito embrollo que llevará a Robert Langdon a viajar por varias
ciudades (Florencia, Venecia, Estambul, etc.) siempre en tiempo record; cada
estancia le servirá para añadir una pista más sobre la situación geográfica del
virus amenazante.
Nos enfrentamos, por tanto, con
una novela entretenida y muy eficaz, que presenta personajes bastante
interesantes y atractivos (especialmente el de Sienna Brooks o Bertrand Zobrist) y que no pierde fuelle ni decae
de interés en ningún momento.
Sin embargo, lo más curioso de
todo es que aún siendo una novela de lectura fácil y por lo tanto presuntamente
pueril e intrascendente, lo cierto es que se plantea cuestiones tan
interesantes como inquietantes. Éstas tienen que ver en primer lugar, con la
ingeniería genética, sobre cuáles deben ser sus límites morales o éticos. En
segundo lugar, y como consecuencia inmediata de lo anterior, se plantea un tema
preocupante: la población de la Tierra aumenta a ritmo agigantado, por lo que
habrá un momento en qué no haya sitio ni trabajo, ni vivienda, ni nada en
absoluto para tantas personas. Partiendo de esta premisa ¿Sería ético crear
métodos para hacer disminuir la población mundial? Y en caso positivo, ¿De qué
naturaleza? ¿Qué límites se podrían rebasar a ese respecto? Por último,
aparece uno de los temas preferidos de Brown, la existencia de organizaciones
secretas, religiosas o gubernamentales –
en este caso, La OMS – que tienen potestad para decidir sobre estos temas, sin
pedir permiso a la población, aunque en este caso sea por “el bien de la
humanidad”.
Me llama mucho la atención (y sin
querer desvelar demasiado), en ese sentido, el desenlace tan ambiguo de la
novela. Nos queda finalmente la duda de sí Bertrand
Zobrist, el creador de la inquietante amenaza vírica, es un terrorista, un
alucinado o un benefactor de la sociedad.
JOSEPH B MACGREGOR
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